Lunes 1 de agosto, pasadas las once de la noche. En las inmediaciones de la plaza Godoy Cruz, paro un taxi, subo, indico el destino y emprendemos el viaje hacia el centro. El tipo mira por el espejo retrovisor a la multitud que deja atrás, toda una turba de intelectuales muy arropados que se expande por las calles después de salir del Cine Teatro Plaza.
–¿Venís del teatro, man?, pregunta el chofer, un flaco de no más de 30 años.
–Sí, man.
–¿Qué había?
–Un poeta. Uno de los poetas más importantes de la lengua española, leyendo sus poemas.
–Mirá vos… ¿Y cómo se llama?
–Juan Gelman.
–¿Como la mayonesa, man?, me pregunta el flaco, entre ignorante y socarrón.
–No, man, no… ¿Viste el gel, el gel que te ponés en el pelo para salir a bailar?
–Sí.
–Bueno, como el gel, man.
–¿Venís del teatro, man?, pregunta el chofer, un flaco de no más de 30 años.
–Sí, man.
–¿Qué había?
–Un poeta. Uno de los poetas más importantes de la lengua española, leyendo sus poemas.
–Mirá vos… ¿Y cómo se llama?
–Juan Gelman.
–¿Como la mayonesa, man?, me pregunta el flaco, entre ignorante y socarrón.
–No, man, no… ¿Viste el gel, el gel que te ponés en el pelo para salir a bailar?
–Sí.
–Bueno, como el gel, man.
Dos horas antes, casi un millar de personas llenaba la platea baja y el pullman del teatro Plaza de Godoy Cruz; departamento en el que, por la mañana, se reconocía al poeta porteño Juan Gelman “por su compromiso político, literario y por su incesante búsqueda de la verdad”, según reza la placa que le entregó en mano el intendente Alfredo Cornejo. El público, de una heterogeneidad etaria tan importante como su homogeneidad cultural (escritores, actores, editores literarios, bailarines, murguistas, artistas plásticos, periodistas y hasta miembros de organismos defensores de los derechos humanos), esperaba ansioso la llegada de una de las voces más destacadas de la poesía universal. Si alguien hubiese querido exterminar la cultura mendocina de una vez por todas, con planear un atentado al Teatro Plaza el lunes por la noche, habría concretado su macabro plan de la manera más simple y efectiva.

Pasadas las nueve, las luces de la sala se apagaron y el guitarrista Armando de la Vega y el contrabajista Sergio Rivas buscaron su lugar en el escenario. Segundos después, la platea se vino abajo con la aparición en escena de las dos figuras de la noche: Juan Gelman, de 81 años, poeta, escritor, Premio Cervantes 2007, entre otras bondades; y Rodolfo Mederos, de 71 años, músico, bandoneonista, miembro de las orquestas de Ástor Piazzolla y Osvaldo Pugliese, entre tantas otras virtudes. Ambas leyendas vivas se fundieron en un abrazo que todos agradecimos con un vigoroso aplauso.
Confieso que siempre es extraño acudir a un evento de esta naturaleza: uno está más acostumbrado a otro tipo de espectáculos. Porque convengamos que los “recitales de poemas” son un género maldito. Habitualmente se trata de eso: un poeta que lee algunas de sus obras, y un músico amigo que le hace la segunda con su instrumento de fondo. No hay más puesta escénica que esa, y el espectador moderno, acostumbrado a la parafernalia tecnológica que pretende estimular cuanto sentido existe, si no consigue cierto nivel de bombardeo sensorial, tiende a dormirse al borde del ronquido. Pero el lunes por la noche, cuando después del abrazo inicial Gelman se acercó a la mesa y Mederos se colocó el bandoneón sobre sus piernas y el tango abrió la noche, la sensación de estar presenciando un evento único empezó a hacerse carne en los espectadores. Si nos trasladáramos en el tiempo, sería como presenciar un recital de Pedro Bonifacio Palacios, más conocido como “Almafuerte”, mientras Carlos Gardel le hace la música de fondo con su guitarra.
Sentado al borde de una silla desfondada
Mareado, enfermo, casi vivo,
Escribo versos previamente llorados
Por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
Nacieron hijos dulces míos
Que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
A resistir,
Aunque es seguro
Que habrá más penas y olvido.
(Mi Buenos Aires Querido, J. Gelman, 1963)
Mareado, enfermo, casi vivo,
Escribo versos previamente llorados
Por la ciudad donde nací.
Hay que atraparlos, también aquí
Nacieron hijos dulces míos
Que entre tanto castigo te endulzan bellamente.
Hay que aprender a resistir.
Ni a irse ni a quedarse,
A resistir,
Aunque es seguro
Que habrá más penas y olvido.
(Mi Buenos Aires Querido, J. Gelman, 1963)

Y mientras Mederos tocaba solo con el escenario casi a oscuras, iluminado apenas por un haz de luz, su bandoneón dibujaba dos puntos (a veces tres, a veces cuatro) en el cielo del teatro, que parecían bailar, acercarse, acariciarse y alejarse, según el fueye de su instrumento inhalara o exhalara música.
Fueron dos horas únicas, sublimes, perpetradas por estos dos emblemas inmortales de nuestra cultura nacional. Dos horas (incluido el bis que el público solicitó pasadas las diez y media de la noche) que apaciguaron la furia embravecida de casi mil almas. Dos horas de amor, de sonrisas cómplices, de caricias para los espíritus sensibles.
Habítame, penétrame.
Sea tu sangre una como mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñeme tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed quemándome.
La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.
Sea tu sangre una como mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñeme tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.
Con esta sed quemándome.
La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.
Y mientras Juan Gelman nos complacía con su Oración, afuera, en la ciudad, miles de personas eran testigos de cómo Rocío Guirao Díaz se partía la cresta bailando por un sueño.
La vida es un poema.
1 comentario:
Es lógico que no hayan comentarios...
Cómo pudiera animarse alguien a comentar esta entrada? sería casi un gesto de desaprobación, empañar lo ya dicho...
Bueno... ya lo empañé:Felicitaciones!
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