miércoles, 12 de enero de 2011

¡SE VA LA PRIMERA! (Capítulo I: Obertura)



No tengo gratos recuerdos del folklore en mi niñez. El simple hecho de amanecer cada domingo escuchando el impiadoso, insistente y torturador slogan radial ¡Por los senderos-ros-ros-ros... de la patria-tria-tria-triaaa!, dinamitó cualquier posibilidad de que el género pudiera llegar a entusiasmarme en lo más mínimo. Y entonces, casi en señal de protesta auditiva, crecí adicto al tango, a Alberto Cortez, a Joan Manuel Serrat, y algunos años más tarde, cuando mi hermano mayor se compró el long-play “Yendo de la cama al living” de Charly García, me hice fiel al rock, como sigo siéndolo hasta el día de hoy. 

Siempre estuve mucho más cerca de la distorsión de una Gibson Les Paul, que del "tiriririrín-tirín-tirín-tintín" de las guitarras cuyanas.


La música siempre fue mi gran amor, aunque la escritura se haya empecinado celosamente en demostrarme que nací para ella (y de haberme convencido). Y confieso que probé de todo, en el más musical de los sentidos. Porque canté el Aleluya y el Ave María en el Coro de Niños Cantores de Mendoza; interpreté tangos en la misma agrupación; fui bajista y una de las voces de una efímera banda de rock (El Misterio de la Caña Hueca, que sólo tocamos una vez); empecé a tocar la guitarra a mis 14 años, la que abandoné por más de una década, y cuando la retomé, volví a cantar. Rock, tango, baladas... de todo menos folklore. Hasta hace casi un lustro atrás, cuando estrené un espectáculo con canciones que ha sido mi más grande fracaso comercial ("Algo por el estilo", 2007). Allí interpreté una versión muy personal de "Virgen de la Carrodilla". Debe ser por eso que el espectáculo fracasó con todo éxito. Y parece ser que me seduce el riesgo, porque sigo tocándola cada vez que se presenta una buena ocasión.

Es probable que las nuevas tendencias musicales más cercanas al folk que al rock (Lisandro Aristimuño, Orozco-Barrientos, y todo lo que Santaolalla nos legó en buena ley) hayan influido en mí. O tal vez, el hecho de que tocar una guitarra sea más barato y cómodo que cargar con una banda. También creería que el peso de los años tiene mucho que ver. La cuestión es que, lentamente, mis oídos le han presentado una tregua al folklore que, lentamente, va mutando en amor. Amor puro e incondicional. Y por supuesto: siento una profunda admiración por aquellos que saben interpretar en la guitarra una tonada, una cueca, un gato o una zamba... todas deudas pendientes que algún día saldaré.

Hace un par de meses que estoy trabajando en la Secretaría de Cultura de la provincia. Por el cargo que ostento, en este enero, dentro de 15 días, me voy con la delegación mendocina al mayor festival de folklore del país: Cosquín. 

Este último fin de año, una calurosa noche de diciembre, cuando mi hermano mayor se enteró de la noticia (de que he estado supervisando los ensayos de la delegación, de que me voy a Cosquín como miembro del equipo de Producción -encargado de la prensa oficial- y de que soy el guionista de la puesta en escena), él, que es un fanático confeso de las Guitarras Cuyanas, de Alfredo Zitarrosa, de don Félix Dardo Palorma y de tantos otros nombres más que engalanan el cancionero folklórico nacional (Zitarrosa es uruguayo, lo sé, valga la aclaración), me dijo, con una mezcla de orgullo y envidia: "¡Va a estar tremendo! ¡Escribite algo en el blog, hacete un diario de tu viaje a Cosquín!"

Y a mí me gustó la idea. Así que... 

... Se va la primera, señores. Mi primera experiencia íntima con el folklore nacional. Mi primera Plaza Próspero Molina. Mi primera contribución real al folklore provincial (mi versión de “La virgen de la Carrodilla” no cuenta). Se va la primera.

Aquí estoy. Con el bolso y la pluma listos. Dispuesto, más que nunca, a subirme a ese colectivo que nos va a llevar a los cuarenta integrantes de la delegación mendocina a las puras guitarreadas, meta vino y tonadas por la ruta, con las ventanillas y los corazones bien abiertos, directo a Cosquín, sin escalas, abriéndonos camino por los senderos de la patria.

5 comentarios:

Julio Rojas dijo...

¡Qué buena idea la de tu hermano, jaja! El nombre de la crónica podría ser "De viejo, se va a Cosquín".

"Aquííí Coooos-quííín" ¿No te suena a "Por los senderos-ros-ros... de la Patria-tria-tria-tria"? Puro folclore de las Provincias Unidas del Sud, desde la presentación :)

Iñaki dijo...

Decí que los 40 me pegaron folclórico, que si no, iba a reclamarte dónde carajo había quedado aquel hermano que se compró "Yendo de la cama al living".

Ah, también se puso viejo, cierto.

Pilar Ruiz dijo...

todavía te leeoooooooo!!! y yo soy una de las personas que en su niñez sus papás ( escuchadores de rock en gral)los domingos escuchaban folklore mientras iba el asado y se lavaba el auto. En aquellos años no me gustaba. Hoy me sorprendo a mi misma trayendo un recuerdo y tararearlo con una cadencia de zambita. Me rendí ante una Mercedes Sosa, pero es muy obvio...me gustan las Bagualas y un malambo bien balado...siego siendo obvia!

Iñaki dijo...

Parece que, tarde o temprano, el folk nos llega a todos. Aunque no me lo imagino a Banco cantando una zamba, qué querés que te diga...

Un lujo tenerte de lectora, amiga. Un lujo tus comentarios, tus críticas, tus observaciones. Tenkiu. Beso grande.

Anónimo dijo...

Qué grande! pareciera el tiempo nos enfrenta a esos cucos que tenemos de chiquitos, pero no sin antes prepararnos: con un vinazo en la mano, que se venga! ga ga ga ga!
Pancho García B.