Cuando
una banda de rock mendocina ha transitado una carrera larga, con
momentos buenos y malos, pero profundamente agotadora, entiende de
manera tácita, secreta pero inocultable, que ha llegado el momento
de la separación. Y el artista en su individualidad, advierte que es
hora de guardar el instrumento por un tiempo y entregarse a los
abismos de la reflexión. Sólo el tiempo dirá si la guitarra
volverá a sonar, o si será cambiada por las tres primeras cuotas de
un Peugeot 307.
Durante
el proceso de reflexión, el artista sentirá irrefrenables deseos de
sacar el celular, marcar el número del tecladista, y manifestarle,
sin ningún sentimiento de culpa: “Siempre quise decirte esto:
tocás como si tuvieras Parkinson. Nos hablamos, eh? (Clic.)” Como
así también, experimentará cierta nostalgia al recordar los buenos
recitales, los litros de cervezas bebidos y las veces que utilizó la
sala de ensayo para intercambiar fluidos corporales con alguna
gruppie.
Tal
proceso de reflexión se prolongará inevitablemente. Puede que lo
transite tocando en otras bandas, o al volante de un Peugeot 307,
pero los primeros cinco años serán de un distanciamiento absoluto
de su vieja banda. Cualquier persona que se la mencione será vista
como un enemigo que lo persigue para cagarle la vida. Es importante
pasar estos años en paz y armonía con uno mismo, repitiéndose, de
vez en cuando “Ya pasó. Ya pasó. Ya pasó.”
Desde
el sexto año hasta el décimo, se experimentará una sensación de
alivio. La vergüenza de haber pertenecido a aquella banda habrá
desaparecido. No así el deseo de llamar al tecladista para decirle
“Loco… Tanto tiempo… Che, nunca te dije, pero… tocabas como
si tuvieras Parkinson. Nos hablamos, eh? (Clic.)”
Desde
el décimo primer año hasta el décimo quinto, seguramente,
contraerá matrimonio. Los impuestos, las expensas, los pañales y
las zapatillas de los niños postergarán cualquier inquietud
artística. Muy lejos estará de aquellas épocas donde sus ahorros
estaban destinados a una Gibson Les Paul del año ’70.
Sin
embargo, habrá un día, tarde o temprano, que se colgará la
guitarra de nuevo. Será una sensación extraña cuando sus dedos,
sin los callos de antaño, acaricien otra vez el mástil del
instrumento. Porque aquel que la tocó una vez, difícilmente pueda
dejarla para toda la vida. La música siempre vuelve; quiera uno o
no, siempre vuelve.
Entonces
buscará a sus viejos compañeros de banda, los juntará con la
excusa de comerse un asadito, y promediando la segunda botella de
Cabernet Sauvignon, le dirá al tecladista “Mirá, vos siempre
tocaste como si tuvieras Parkinson… Pero, bueno. Yo tengo
escoleosis y pie plano. No sé… Podríamos juntarnos a tocar y ver
qué pasa, ¿no?”
El
autor de este Manual sostiene que siempre es bueno regresar a la
vieja banda, lo estimula y lo aconseja. Porque ya lo dijo el profeta
porteño Alejandro Dolina: “No hay sueño mas grande en la vida que
el sueño del regreso. El mejor camino es el camino de vuelta, que es
también el camino imposible”.
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1 comentario:
me entretuvo mucho leer esta capitulo, tus vivencias y tus experiencias con tu peugeot 307. tener una banda no creo que sea nada facil
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