martes, 20 de marzo de 2012

CAPITULO CINCUENTA Y TRES: “Acerca de los regresos”

Cuando una banda de rock mendocina ha transitado una carrera larga, con momentos buenos y malos, pero profundamente agotadora, entiende de manera tácita, secreta pero inocultable, que ha llegado el momento de la separación. Y el artista en su individualidad, advierte que es hora de guardar el instrumento por un tiempo y entregarse a los abismos de la reflexión. Sólo el tiempo dirá si la guitarra volverá a sonar, o si será cambiada por las tres primeras cuotas de un Peugeot 307.

Durante el proceso de reflexión, el artista sentirá irrefrenables deseos de sacar el celular, marcar el número del tecladista, y manifestarle, sin ningún sentimiento de culpa: “Siempre quise decirte esto: tocás como si tuvieras Parkinson. Nos hablamos, eh? (Clic.)” Como así también, experimentará cierta nostalgia al recordar los buenos recitales, los litros de cervezas bebidos y las veces que utilizó la sala de ensayo para intercambiar fluidos corporales con alguna gruppie.

Tal proceso de reflexión se prolongará inevitablemente. Puede que lo transite tocando en otras bandas, o al volante de un Peugeot 307, pero los primeros cinco años serán de un distanciamiento absoluto de su vieja banda. Cualquier persona que se la mencione será vista como un enemigo que lo persigue para cagarle la vida. Es importante pasar estos años en paz y armonía con uno mismo, repitiéndose, de vez en cuando “Ya pasó. Ya pasó. Ya pasó.”

Desde el sexto año hasta el décimo, se experimentará una sensación de alivio. La vergüenza de haber pertenecido a aquella banda habrá desaparecido. No así el deseo de llamar al tecladista para decirle “Loco… Tanto tiempo… Che, nunca te dije, pero… tocabas como si tuvieras Parkinson. Nos hablamos, eh? (Clic.)”

Desde el décimo primer año hasta el décimo quinto, seguramente, contraerá matrimonio. Los impuestos, las expensas, los pañales y las zapatillas de los niños postergarán cualquier inquietud artística. Muy lejos estará de aquellas épocas donde sus ahorros estaban destinados a una Gibson Les Paul del año ’70.

Sin embargo, habrá un día, tarde o temprano, que se colgará la guitarra de nuevo. Será una sensación extraña cuando sus dedos, sin los callos de antaño, acaricien otra vez el mástil del instrumento. Porque aquel que la tocó una vez, difícilmente pueda dejarla para toda la vida. La música siempre vuelve; quiera uno o no, siempre vuelve.

Entonces buscará a sus viejos compañeros de banda, los juntará con la excusa de comerse un asadito, y promediando la segunda botella de Cabernet Sauvignon, le dirá al tecladista “Mirá, vos siempre tocaste como si tuvieras Parkinson… Pero, bueno. Yo tengo escoleosis y pie plano. No sé… Podríamos juntarnos a tocar y ver qué pasa, ¿no?”

El autor de este Manual sostiene que siempre es bueno regresar a la vieja banda, lo estimula y lo aconseja. Porque ya lo dijo el profeta porteño Alejandro Dolina: “No hay sueño mas grande en la vida que el sueño del regreso. El mejor camino es el camino de vuelta, que es también el camino imposible”.

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1 comentario:

Monica dijo...

me entretuvo mucho leer esta capitulo, tus vivencias y tus experiencias con tu peugeot 307. tener una banda no creo que sea nada facil